
Primero hablemos de qué es el Yoga.
El Yoga significa unión y su objetivo es tan simple y complejo como la palabra; busca unir en armonía los diferentes planos del ser: terrenal, emocional y espiritual entre sí y, con ello, la conexión con el universo que nos rodea mediante la incorporación constante de diferentes acciones conscientes a nuestra vida. Para muchos practicantes, el Yoga es más que una práctica física, pues se sumergen en el estudio de la filosofía del Yoga, que nos lleva en búsqueda del Samadhi (unión con el universo a través de la meditación). Aunque también se puede llegar al objetivo por el camino inverso, es decir, buscando el Yoga como un método que permita ejercitar el cuerpo y calmar la mente. Lo bello del Yoga es que la combinación de estos dos elementos nos lleva a poder conocer y vivenciar nuestro plano espiritual con flexibilidad, para reconocernos volubles, y con la fuerza y vitalidad que requiere enfrentarnos a nosotros mismos.
Suena prometedor, y lo cierto es que la práctica nos lleva por esa senda. Sin embargo, ese camino no es igual de expedito para todos y aquí está el riesgo, pues en ocasiones, en esa búsqueda nos desesperamos por llegar a un objetivo concreto y perdemos el foco. Abrimos muchos frentes, dispersamos nuestra energía y nos estancamos en una búsqueda que no es, porque enfocarse en determinada ásana es como obsesionarnos con el martillo que usaremos para construir una casa; es decir, que el objetivo no es la práctica física, sino los beneficios que ésta trae. Así, el Yoga es un camino que se elige en la vida para alcanzar algo que no es palpable, es un camino hacia la conexión con nosotros mismos y con el universo que nos rodea.
Elegir un profesor de Yoga o centro de Yoga es el primer paso para comenzar el camino del Yoga para muchas personas y puede ser muy difícil debido a la gran diversidad que existe. Por eso, quizás lo más importante es estar atento a lo que para ti es una bandera roja. Son diferentes para todos, pero aquí te dejo dos que para mí son intransables:
“El dolor es el trauma dejando el cuerpo”.
Ésta, para mí, es particularmente complicada, pues me parece peligrosa. Si algo me provoca dolor (mi umbral del dolor es bastante alto), no está bien, pues mi cuerpo se está comunicando con mi cerebro porque algo anda mal. Cierto es que la molestia y la incomodidad acompañan el fortalecimiento, pero un dolor agudo que te hace sentir mal no debe ser ignorado. Sólo yo comprendo qué es insoportable físicamente para mí y debo respetarlo. En mis clases siempre les recuerdo eso a mis alumnas: “nada les debe doler”. Esto me genera muchos detractores, pero para mí es intransable.
“Los ajustes excesivos”.
Ni físicos ni por instrucciones. Corregir está bien y es necesario, pero antes de tocar a un alumno se pregunta: “¿Me das tu consentimiento para hacer un ajuste con mis manos?”. Es una pregunta que se debe hacer, con las palabras que elijas.
En cuanto a las instrucciones excesivas, está bien indicar a qué postura vamos y qué ajustes hacer, pero también es necesario dar espacio para que el practicante conozca la forma en la cual su cuerpo se mueve para ejecutar determinada postura. Entonces, al dar instrucciones, es importante mirar a tus alumnos para observar si necesitan tu guía o su autoexploración.
Entonces, si lo que buscas es un centro o profesor de Yoga, yo recomiendo que al principio explores prestando atención a tus banderas rojas y que mantengas siempre el espíritu de exploración, enfocándote en el camino y en qué puedes aprender de ti misma en el recorrido. Porque de eso se trata: de aprender, conocer y conectar a través de la aceptación de los propios límites. Primero los conocemos, luego los aceptamos y finalmente los desafiamos, lanzándonos a la exploración de esos límites. Al abrirse hacia el descubrimiento, siempre habrá momentos de incomodidad y está bien, ahí sucede el cambio.
Escrito por:
Irene Arevalo, profesora de Yoga y experta en…
@volga_yoga











